Alcohol, drogas y comida basura
El agua que bebemos hidrata nuestra piel. Sin embargo, el alcohol, junto con otras bebidas como el café o las gaseosas, tiene el efecto contrario, la deshidratación. El consumo excesivo de alcohol envejece la piel más rápidamente, especialmente el destilado. Afecta a las fibras de colágeno igual que el tabaco y las consecuencias son claras: cara contraída, demacrada y arrugada. La persona suele presentar acné y al desarrollar un daño hepático, la piel se hace opaca y de un color pálido y amarillento.
El alcohol en exceso produce una vasodilatación facial que puede llegar a ser permanente, causando rojeces faciales y arañas vasculares. Si se padece una predisposición en tu piel, como rosacea y psoriasis, el alcohol en exceso puede empeorarlas. Moderar el consumo de alcohol es la mejor forma de evitar los efectos negativos. Después de una noche de fiesta, beber agua ayudará a solventar la deshidratación que el alcohol ha producido. Evitar las comidas grasas que generalmente asociamos a estas divertidas noches también ayudará a evitar daños posteriores.
Las drogas también tienen efectos sobre la piel, especialmente la cocaína. Todos los estimulantes provocan dermatitis seborreica, hiperqueratosis (las manos se vuelven rugosas, secas y ásperas) y cambia la morfología de la cara, la nariz se hunde y aparecen venitas alrededor. Además, la celulitis aparecen entre un 22% y un 65% de los adictos que optan por vía inyectada.
Otro de los vicios adquiridos en la sociedad actual que, sorprendentemente, influye en el aspecto de la piel es la llamada "comida basura". La dieta rica en grasas saturadas e hipercalóricas afecta a la grasa de la piel, empeorando sobre todo el acné, la dermatitis seborreica y, por mecanismos inflamatorios, la psoriasis. Por ejemplo, sólo una hamburguesa contiene un mínimo de 600 calorías y las patatas más de 200. Al día, una mujer debería ingerir entre 1.600 y 2.000 calorías diarias y un hombre entre 2.000 y 2.500.
El consumo de este tipo de comida, además de un vicio, también responde en muchas ocasiones a la falta de tiempo. Hemos llegado a un nivel de estrés en la sociedad que ya no sabemos trabajar sin él. Con el estrés se libera adrenalina, nos hacemos adictos y esto pasa factura.
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